viernes, 18 de enero de 2008

EL SAPO Y LA GOLONDRINA




“Una golondrina no hace verano”
Cuentan que hace mucho, pero mucho tiempo vivía en una charca ubicada en lo profundo del bosque un sapo viejo y maltrecho.
Este señor había consagrado su vida al estudio, tan intrincado como inútil de cada uno de los sabores que los distintos insectos que a su charca llegaban producían en su paladar. Se consideraba una eminencia en el tema y a todo aquel que acertaba pasar por allí. Este señor sapo, renegón y ufano le soltaba, muy seguro de estar diciendo algo importante, su discurso ridículo y pedante: ¿Sabía usted que las patas de mariposa saben a cielo? ¿Y que los ojos de hormiga son ligeramente agrios y picantes?
Por supuesto que a nadie hacía gracia semejante “erudición”. Habíase ganado, con todo derecho, fama de orate nuestro señor sapo.
Una golondrina que había oído con atención las historias referidas al “sapo loco del estanque escondido”. Se preguntaba intrigada ¿Qué misterio habrá en el corazón de ese sapo que tiene que hablar tales barbaridades para llamar la atención?
Debe ser un alma rota, una herida insoportable. De sólo pensar en ello la pobre golondrina no podía contener las lágrimas.
Decidió idear un plan para conocer más a fondo el alma de aquel sapo. Obviamente, como es evidente, nuestra golondrina tampoco estaba completamente cuerda. Un dolor intenso moraba en su ser.
Es justamente ese mutuo dolor al que inexorablemente arrastró uno hacia el otro a estos dos personajes.
Pero continuemos con el relato. La golondrina decidió espiar al sapo. Desde una rama escondida y cubierta de musgo verde para que la confundieran con una hoja o alguna protuberancia del tronco del árbol. Sofía, que ese era el nombre de nuestra golondrina, observaba con interés los movimientos del sapo loco.
Era muy cómico, no sólo hablaba solo sino que también cantaba y caminaba bailoteando muy despreocupado de lo que sucedía a su alrededor.
Es un alma encantadora en realidad, tierna, infantil y alegre. Pero está solo, igual que yo se ha acostumbrado a esa soledad y su discurso es una muralla que lo separa del resto de los seres. Pensando esto a Sofía se le salían las lágrimas. De pronto, fue tanto su llanto que se formó una charca al lado de la charca del sapo.
El sapo loco al notar semejante intromisión en su hasta ahora invicto aislamiento monto en cólera. ¡Quien osa tener una charca como la mía en de este bosque, grito enceguecido de rencor.
La golondrina sacudiéndose del musgo que la disfrazaba le dijo: Perdone señor sapo soy una admiradora suya. Me contaron que nadie en el bosque es más sabio que usted y vine a que me inicie en los ocultos misterios que usted tan bien conoce.
¡Yo no tengo discípulos! Gritó el sapo. Mi magisterio es de todos y para todos es una de las voces del espíritu del bosque. Además querida. Sabes como yo que nada tengo que enseñarte.
Permítame que viva un tiempo aquí señor sapo, se lo ruego.
¡No, lárgate!
Y la golondrina, cabizbaja con una moral herida entre ala y ala se fue volando y su vuelo era triste, infinitamente triste.
El sapo estaba solo, definitivamente solo. Y por fin soltó una lágrima. Lo sabía, había perdido su última esperanza.
Amaneció y el sapo estaba tirado como una pequeña mancha verde en medio de la charca. Muerto, solo invenciblemente solo para siempre.
La golondrina lo presintió. Desesperada volvió a la charca. Allí estaba el sapo y decidió quedarse con él para esperar la llegada de la porca.
No comía ni bebía y sin embargo nada. La muerte no me quiere se decía la golondrina. Una noche una voz le habló, era el sapo loco, también te amo Sofía. Solo era una voz pero Sofía se alegro muchísimo ¡Gracias señor sapo! ¡Muchas gracias!
Y la vida venció nuevamente.

Esta es una fabula sobre la soledad, bueno. A ver si alguien la comenta.

1 comentario:

ELIOT dijo...

había un sapito, feo y bonito...que se encontró con una golondrina, como sin querer..pero al fin las cosas y el imán está allí...siempre te dejare formar otro charquito...